Wiki José Salazar Cárdenas
Advertisement

Desde la época colonial existía comunicación de la población de Tecomán con el puerto de Manzanillo, la ciudad de Colima y de ahí al resto del país.


El Camino Real que enlazaba en el siglo pasado a Manzanillo con Colima, cruzaba el Río Armería en un lugar situado un poco al sur de donde se encuentra el puente del ferrocarril, llamado Paso de la Ligera, pasaba por lo que fue la original Hacienda de Paso del Río, Los Llanos de San Bartolo, por donde está la Estación de Tecomán, Las Animas, Caxitlán, Caleras, Los Chinos, Zaplotlanejo, Guaracha, El Rosario, Jala, Coquimatlán, Los Limones, Rancho de Villa y Colima. Se bifurcaba en Caleras y el otro ramal iba por Puerta de Caleras, Tecolapa, La Salada, Los Asmoles, Los Mezcales, El Mezquite y Colima.


A su paso por los Llanos de San Bartolo, en un lugar próximo a donde es hoy el Crucero de Tecomán, se le incorporaba un camino que saliendo de Tecomán, pasaba por el Ave María y San Pedrito. Otra comunicación que partiendo de Tecomán pasaba por el Ave María, San Antonio, Rancho Nuevo, San Angel, Valenzuela, Palos de Agua y El Algodonal se unía al Camino Real entre la Puerta de Caleras y Tecolapa, en un punto ubicado al norte y muy cercano a donde está la planta de cal Cimarrón, sitio donde existía el Mesón de la Unión, finca ya desaparecida y proseguía hacia Tecolapa y demás puntos ya mencionados.


La Posada de la Unión era una casa grande, de teja, con corredores, a bordo del camino, cercana a las estribaciones de la cara oriente del cerro de Caleras. Allí existían tres pilas, una cuadrada y dos en forma de atarjea, que se llenaban con el agua procedente de un manantial ubicado a varios cientos de metros al norte, en la falda del cerro y que era conocido con el nombre de Agua de la Unión. Cercanas a la finca de teja había varias casas de zacate.


En épocas pasadas, cuando abundaban en el monte, era muy frecuente que hubiera en las casas y particularmente en las tiendas y mesones, pericos loros, que son de las aves garruleras, las que más facilidad tienen para aprender a imitar la voz humana. Era muy común ver una gran jaula de lámina, colgada, dentro de la cual pendía un aro en donde se posaba el perico.


En la Posada de la Unión había un loro al que los arrieros habían enseñado a decir malas palabras y divertía a los pasajeros. El señor encargado del mesón se llamaba Hilarión y cuando alguien preguntaba ¿está Don Hilarión? el perico contestaba: - Hilarión está con las p...intadas, ja, ja, ja, ja. Los arrieros, por picardía, sabiendo la respuesta del perico, al llegar preguntaban siempre en voz alta por Don HiIarión.


En esa posada se vendía comida, forraje para las bestias y se tenía acceso al abrevadero mediante el pago de un centavo por cada bestia.


Los arrieros que conducían los hatajos, cuando su permanencia era de sólo un descanso, revisaban que la carga fuera bien asegurada, daban agua a sus animales, atendían su alimento y si la estancia era de toda la noche, descargaban dejando los aparejos en fila, recargados uno en el otro.


Después de una caminata de dos leguas en lo plano, desde La Unión, comenzaba el camino ascendente, la cuesta de La Salada, la etapa más difícil del viaje a Colima. Deberían de proveerse de suficiente cantidad de agua, ya que desde Tecolapa hasta Los Asmoles no la había, salvo durante el temporal de lluvias en que el ojo de agua de La Salada formaba una pequeña corriente.


La aparición del ferrocarril y la lucha armada desencadenada en todo el territerio nacional a partir de 1910, ocasionaron gran merma al transporte acostumbrado hasta entonces en equinos, carruajes y bestias mulares, haciendo que este mesón desapareciera. Durante la revolución cristera, estando ya en ruinas, fue desmantelada la casa, siendo utilizadas sus tejas en la construcción de viviendas en Tecolapa. Actualmente persisten aún las pilas que existían en esa casa.


Además de los hatajos de carga, transitaban pasajeros montando cabalgaduras propias que se dirigían a otras partes distantes.


Las recuas transportaban algodón, arroz, sal de la costa de Tecomán, jamaica y otras mercancías.


Como en los lugares cercanos a Tecolapa siempre han sido zona boscosa, también transitaban hatajos de asnos llevando carbón a Colima.


Entre Tecomán y la costa de Michoacán, todo el tiempo hubo camino de herradura. Ese camino que partía de Tecomán, pasaba por la Palmita, La Zompaslera, seguía por Cofradía, La Cruz de Plaza, El Palo Cahuite, La Zanja Prieta, La Mata de Bule y Cerro de Ortega. Siendo el último tramo de este camino arcilloso, en el temporal de lluvias se formaban grandes atascaderos que impedían el tránsito por esa ruta, ya que a veces las bestias cargadas se pegaban en el barrizal, siendo preciso cortar las sogas que sostenían la carga para poder salvar al animal.


En temporales muy lluviosos se transitaba por la orilla del mar, yendo por La Zompaslera, El Naranjo, El Cóbano, hasta llegar a El Tecuán y de ahí se seguia por la playa, para salir cerca de Cerro de Ortega. En este lugar existía en el primer tercio del siglo actual, un señor llamado Cesáreo Chávez que era propietario de una recua con la que acarreaba carga de Cerro de Ortega a Coahuayana y San Vicente y de Cerro de Ortega a Tecomán y viceversa, por la orilla del mar cuando se presentaban dificultades en el camino usual, debido a temporales de lluvias muy copiosas.


En los albores de la presente centuria, existía en la Hacienda de San Vicente una empacadora de algodón propiedad de los señores Eduardo Iturbide y Juan Asúnsolo, quienes construyeron una brecha del Río Coahuayana a la Estación de Tecomán, para transportar en carros de cuatro ruedas tirados por bestias mulares, las pacas de algodón que ahí se producían.


El tránsito en los caminos de antaño, estaba salpicado de situaciones sorpresivas como la aparición de una culebra en las patas de las bestias, el atorzonamiento de una mula cargada, el salto repentino de un venado que cruzaba el claro del camino, el estentóreo canto de las chachalacas y también por el pintoresquismo de las voces de los arrieros en su eterno monólogo con las bestias.

El arriero era por lo regular un hombre con mucha experiencia en el trato de los animales, conocedor de sus mañas, singularmente fuerte, decidido, sereno, arrojado, gritón y cuya característica más sobresaliente era ser mal hablado. Frecuente era escuchar en los senderos, en boca de los arrieros los gritos de ¡ Vuelveee ! .... ¡ Arrrreee ! ... ¡ Oooohhh ! y oir como profería voces injuriosas e imprecaciones a sus cuadrúpedos, como cuando una mula se apartaba de las demás por seguir un verde retoño ..... ¡ parece que no miras, hija de tu .... desventurada suerte ! .... - te voy a quitar lo retobada, tal por cual, y después de asestarle un fuerte pajuelazo ....¡ ándale, eso querías.... Siempre llevaba consigo un chicote con dos pajuelas.


Cuando la calma se apoderaba de su hatajo y todo iba en orden, en un camino sombreado o descubierto y bañado por la brisa del atardecer, interpretaba tonadas campiranas como aquella que decía:


“Qué tristeza me acompaña


cuando estás lejos de mí


recordándote en las horas


que en tus brazos me dormí”.


“Quiéreme trigueña hermosa,


quiéreme, no seas así,


mira que yo soy tu dueño


y tú eres la dueña de mí”.


Cuando la carga, por el zangoloteo del camino se ladeaba y la bestia la traía en las costillas, se le tenía que arreglar adecuadamente para seguir adelante.


A la parte más alta del lomo del animal, situada en medio de las paletas, se le llama “cruz” en el lenguaje ranchero. Como las bestias mulares tienen menor altura en este lugar que las bestias caballares, había un aditamento que se les colocaba entre el fuste o el aparejo y la cola, que se llamaba grupera, que era una correa de cuero de forma cilíndrica con un ojal en donde entraba la penca de la cola. Esto evitaba que en los caminos en descenso, el fuste o la carga se les fuera al pescuezo a los animales.


Siendo la arriería y el manejo de bestias una actividad muy importante en los siglos pasados, de allí surgieron muchos dichos y refranes populares que tienen sabor añejo y aroma del pasado, como los siguientes:


“La india quiere al arriero cuando es más lépero y fiero”


“Es hora de desmanear y ver las que están pasmadas”


“Cuando el arriero es malo, les echa la culpa a las mulas”.


“Y de que la mula dice no paso y la mujer me caso,


la mula no pasa y la mujer se casa”.


“Garañón que no relincha, que lo capen”.


“La mula es mula y cuando no patea, recula”


“Ya le gusta el trote del macho, aunque la zangoloteé”


“Cabresteas o te ahorcas”


“Y por una mula lloras, ni yo que perdí el hatajo”


“A burro viejo, aparejo nuevo”


“A caballo dado no se le busca el colmillo”


“El que entre arrieros anda, a arrear se enseña”


“Al caballo con la rienda, a la mujer con la espuela”


“Amor viejo y camino real, nunca se dejan de andar”


“Arrancar de caballo y parar de burro”


“Darse con las gamarras”


“Ese no anda en cuatro patas, porque se enojan los burros”


“El mejor caballo necesita espuelas”


“Estar como macho lazado de las verijas”


“Gustar a uno el trote del macho y el ruido del carretón”


“La mujer alta y delgada y la yegua colorada”


“En la cuesta, como pueda la bestia; en el llano, como quiera el amo”


“Caballo que llene las piernas, gallo que llene las manos y mujer que llene los brazos”


Y otros muchos....

El Ferrocarril[]

En los últimos años del pasado siglo, ya se contaba con el ferrocarril de vía angosta que comunicaba con Colima. A corta distancia al norte de la población de Madrid existen aún las ruinas de la estación de ese ferrocarril.


En 1908 fue inaugurado por el Presidente Porfirio Díaz el ferrocarril de vía ancha de Guadalajara a Manzanillo, que en su recorrido pasa por tres estaciones pertenecientes al municipio de Tecomán: Madrid, Caleras y Tecomán.


Las unidades que conformaban el tren de vía estrecha eran de pequeño tamaño. La primitiva locomotora era de vapor y quemaba leña en su caldera. Inmediatamente atrás de la máquina y unido a ella, llevaba un ténder o remolque, que era un vagón depósito que se enganchaba a la locomotora y estaba dividido en dos compartimientos, uno superior para el agua y el inferior donde se depositaba la leña. El abasto del agua y del combustible se hacía en cada estación. La caldera estaba instalada formando cuerpo en la propia locomotora. El vapor producido con la ebullición accionaba un mecanismo motriz que a través de grandes ruedas de acero, producía el desplazamiento de la máquina y los vagones, que deslizaban sobre rieles de acero.


Cuando ya el ferrocarril fue de vía ancha, los coches y la locomotora fueron de mayor tamaño.


En la década de los años treintas, apareció la gigantesca locomotora de vapor que quemaba carbón de piedra y llevaba un ténder dividido en dos compartimientos: uno anterior, que contenía hulla y otro posterior que almacenaba el agua. Contaba con carga automática de carbón del ténder a la caldera, incluida dentro de la máquina. Era un espectáculo impresionante observar de cerca el paso de un tren de estas características, que por su peso hacía estremecer la tierra. El estruendo y chirriar de la marcha de los vagones y el ruido ensordecedor de su silbato, aterrorizaba a los niños y emocionaba a los adultos.


Al paso del tren por la estación de Tecomán, cuando era movido por una locomotora de este tipo, debido a la ausencia de otros ruidos intensos en la llanura en tiempos pasados, por las noches se escuchaba su silbato en el pueblo de Tecomán, no obstante distar 5 kilómetros de la vía.


Antes de que hubiera carretera en buenas condiciones para Colima y Manzanillo, el viaje más cómodo a esos lugares era el que se hacía por ferrocarril.


Durante el tiempo en que estuvieron en servicio las locomotoras de vapor como fuerza motriz para el ferrocarril, existía por un lado de la vía en determinadas estaciones, en el lugar en que quedaba la máquina al hacer parada el tren, un depósito elevado metálico de grandes dimensiones, de forma cilíndrica que descansaba sobre de una base de piedra y argamasa de forma circular, que contenía agua que se extraía de una noria cercana, donde se abastecían las calderas.


La colosal máquina era una inmensa mole negra de acero, que al arrancar lanzaba estruendosos resoplidos semejando una gran fiera salvaje. Daba la impresión de ser capaz de arrollar todo lo que se interpusiera en su camino, siendo seguramente la mayor fuerza desplazable creada por el hombre antes de la era nuclear.


La locomotora tenía un intrincado mecanismo interior que la hacía funcionar y por el lado izquierdo, en pleno viaje, en las zonas despobladas, se ponía en marcha el mecanismo de salida del vapor, que era lanzado a gran distancia por la presión mantenida en la caldera y que daba lugar a un característico ruido como de una descomunal olla express.


Era movida por seis ruedas de acero de gran diámetro en su parte media, cuatro pequeñas en la parte delantera que le permitían girar en las curvas y dos pequeñas en la parte trasera. Todo el convoy se desplazaba sobre dos resistentes rieles de acero, paralelos, sostenidos por robustos durmientes, que eran maderos labrados de troncos de pinos canadienses, curtidos con alquitrán, que estaban separados uno de otro por trechos cortos y a los que iban fijos los rieles con gruesos clavos de acero con la punta superior en forma de escuadra, que mantenían en su lugar al riel.


La disposición ordinaria de un tren consistía en la locomotora con su remolque, el carro exprés correo que llevaba carga y correspondencia y enseguida los vagones de pasaje que eran por lo general dos o tres de segunda clase y en la parte posterior un coche de primera clase, en los trenes diurnos. Los convoyes nocturnos, además de los vagones ordinarios, contaban con un coche comedor y dos o más coches dormitorios que ofrecían toda clase de comodidades, calefacción, camas altas, bajas y compartimientos privados.


En los antiguos trenes era un placer el viaje por la puntualidad, limpieza, confort y servicio esmerado que se disfrutaba.


A principio de la década de los años sesentas, desaparecieron las locomotoras de vapor y fueron sustituidas por máquinas diesel, que ofrecían ventajas en su funcionamiento, disminución del costo de operación, de menor peso con menos desgaste de los rieles y que son las que siguen en uso en los convoyes de la actualidad.


En los viejos tiempos, cuando se carecía de carretera, la salida para la estación era por la orilla norte del pueblo, pasando por el rancho del Ave María. Allí doblaba el camino hacia el poniente, pasaba por San Pedrito y salía frente a donde se encuentra ubicada la Escuela Técnica Agropecuaria de la Universidad, cercana a la vía del ferrocarril.


Posteriormente se hizo una brecha en los Llanos de San Bartolo, que pertenecían a la Hacienda de Paso del Río, que llevaba directamente, en forma recta a la estación, y que es la ruta en donde actualmente existen la Av. Insurgentes y su prolongación hasta el entronque de la carretera Colima- Manzanillo.


Esos terrenos eran unas pintorescas llanuras arenosas semidesérticas con manchones de monte donde crecían granjenes, coliguanas y pitayos, que constituían uno de los paseos domingueros de los habitantes de Tecomán en esa época, en los atardeceres.


En los albores de este siglo, los pasajeros que se trasladaban a otros lugares por ferrocarril, eran llevados a la estación en carruajes tirados por bestias, a los que llamaban guayines, que solamente hacían el servicio de Tecomán a la estación. La única casa que existía en este último lugar era la de Don Tacho. Su familia vendía ahí comida a los viajeros y había un corral circulado donde se aceptaba el encargo de las bestias propiedad de las personas que se dirigían por tren a Colima o Manzanillo y que regresaban el mismo día. Llegaba el viajero y le decía: - Le encargo mi caballo y me le da agua, Don Tacho. Y él contestaba: - Sí, ahí déjalo, ya volverás. - El pasajero se retiraba a esperar el tren después de persogar su animal.


El paso del tren por la estación de Tecomán con destino a Guadalajara, siempre ha sido por la mañana temprano. Esto dio lugar a una costumbre original, de gratas remembranzas, que consistía en que aprovechando el tiempo de permanencia del convoy, necesario para el ascenso y descenso del pasaje, así como el movimiento del exprés y correo, había mujeres que portando canastas de corteza de otate, abordaban los vagones o bien desde los andenes, que ofrecían en venta tamales de carne de cerdo, calientitos, de antojo por la hora. En tiempos pasados en el Valle de Tecomán abundaban las iguanas, circunstancia que originó la versión de que ese apetecible alimento era hecho con carne de ese reptil.


En el recorrido de Tecomán a Colima, desde que se inauguró el ferrocarril de vía ancha, han existido tres túneles en las inmediaciones de las estaciones de Caleras, Madrid y Jala.


Fueron propietarios de “guayines” de pasaje a la estación, en los primeros 20 años de la presente centuria: Benjamín Ochoa, Crescencio Bueno, Julián Virgen y Emiliano López.


Los primeros en viajar, en forma particular, a través de una brecha que atravesaba el valle desde la estación del ferrocarril hasta el Río Coahuayana y que fue construida por ellos, fueron los señores Eduardo Iturbide y Juan Asúnsolo que transportaban desde 1912 en carruajes con cuatro ruedas tirados por bestias mulares las pacas de algodón de la planta despepitadora de su propiedad, que estaba instalada en San Vicente, Michoacán. También fueron ellos los primeros en atravesar el valle, años después, en un automóvil.

Los Vehículos Automotores[]

El primer vehículo de motor para el traslado de pasajeros de Tecomán a La Estación que se recuerda, fue de Don Jesús Alvarez en 1918.


Don Miguel Franco tuvo un vehículo de las mismas características en años posteriores. Don Pedro Gutiérrez adquirió un camión para esa ruta y se lo prestó a Don Benjamín Novela, que había sido trabajador suyo y que antes viajaba con un “guayín” en ese recorrido, como dejamos dicho en el capítulo anterior. Ese primer camión de Benjamín Novela fue bautizado como “El As Negro” y entró en competencia con el transporte de Miguel Franco. De esta pugna sacó ventaja Benjamín Novela, pues mientras aquél puso un precio fijo al pasaje, él no lo hizo. Cuando el pasajero preguntaba ¿Cuánto es Benjo? él le respondía: - lo que gustes dar. También al salir con rumbo, a La Estación, recorría las calles del centro, por la ruta que seguía, sonando el claxon y haciendo paradas en las esquinas para recoger el pasaje. Esto ganaba la voluntad y preferencia de los pasajeros.


En 1923 Pedro Virgen era propietario de un camión FORD de pedales que hacía el mismo recorrido.


Durante muchos años viajó en un vehículo propio de Tecomán a la estación del ferrocarril como encargado del correo y la carga del exprés, Don Carlos Alatorre.


Para Cerro de Ortega y Coahuayana, primero, en bestias mulares y después en vehículos de motor, Don Merenciano López tenía el encargo de conducir la correspondencia. Se dedicaba también a trabajar un molino de nixtamal de su propiedad, que estaba ubicado en lo que hoy es la calle Medellín, muy cerca y al norte del jardín.


En 1927, Don Francisco Buenrostro, fue el primero en llevar pasaje de Tecomán a Colima con un camión que se hizo muy famoso, marca REO. En aquél entonces, la brecha existente, que comunicaba con Colima, iba por la parte más baja de la barranca de la cuesta de La Salada. La inseguridad en los caminos surgida por la revolución cristera aunada a un accidente que tuvo el camión REO, hicieron que Don Francisco Buenrostro abandonara la ruta.


Concluida la contienda armada, en 1929 Don Juan Jiménez tomó la ruta a Colima con un camión Chevrolet que tenía en la parte delantera unas bancas laterales y la parte posterior era dedicada a la carga.


En ese tiempo, una carga muy frecuente era el plátano gordo que se traía de Coahuayana en bestias y que Don Juan compraba en el mesón al precio de un centavo por plátano. Lo llevaba a Colima y allí se vendía a dos centavos la pieza.


Don Juan acostumbraba estacionar su camión en espera del pasaje, en la esquina de la tienda de María “Chaleca” que estaba situada en el costado norte del jardín, donde comenzaba la calle Independencia, hoy 18 de Julio, sitio donde se halla actualmente una negociación mueblera. En esa época no había empedrados, todas las calles tenían piso arenoso.


Durante el temporal de lluvias, el camino para Colima ofrecía dificultades porque cerca de lo que ahora es el crucero de Tecomán, existían unas zanjas que al desbordarse, causaban inundaciones y ablandamiento del camino, provocando que a veces se atascaran los vehículos.


Al último camión que tuvo, en la ruta a Colima Don Juan Jiménez, le puso el nombre de “Lusitania” motivado por la circunstancia de que estaba muy reciente la fecha del hundimiento de ese que se hizo muy famoso barco, noticia que fue muy comentada en todo el mundo.


Aproximadamente en 1936 Don Juan Jiménez dejó la ruta y el camión fue vendido a Don Francisco Brizuela Sastre, en propiedad del cual siguió haciendo el mismo recorrido.


Poco tiempo después se asoció a Don Francisco, Don Antonio García Brizuela que con su camión “El Halcón” comenzó a viajar a Colima, con la particularidad de que se alternaban en el viaje ambos camiones, en forma de que el día que trabajaba uno, no viajaba el otro.


Un año después formaba parte de esa sociedad Don Francisco Dueñas Radillo con sus camiones “El Bremen” y el “Von Hindemburg”.


En 1940 Don Antonio García se separó de la sociedad, para cubrir el cargo de presidente municipal interino, siendo los otros socios mencionados los que siguieron prestando el servicio de transporte de pasaje a Colima.


En 1941 se integró la “Sociedad Cooperativa de Camiones de Pasaje Colima, Tecomán, Cerro de Ortega”, en la cual participaban los señores Francisco Brizuela, Miguel Pinto Rentería, Enrique Bayardo López, Luis y José Alcaraz.


La terminal en Colima de esta cooperativa, estaba situada en un local contiguo a la gasolinería que se ubica en el costado sur del Jardín Núñez y en Tecomán estaba en la esquina de Constitución y Dos de Abril, casa propiedad de Don Francisco Brizuela. En un terreno situado en la parte posterior de este lugar que comunicaba con la calle Centenario, hoy Revolución, se guardaban los camiones y existía un taller de reparaciones. En los primeros tiempos estos autobuses no viajaban a Cerro de Ortega, por las malas condiciones del camino existente, solamente cubrían el trayecto Colima a Tecomán. Estaban pintados de azul y blanco y el pueblo los conocía como “los azules”.


En locales inmediatos a la terminal de Tecomán, existían dos negocios muy relacionados con vehículos de motor. Uno de ellos era una gasolinería que era propiedad de los socios de la cooperativa, que fue la primera que contó con una bomba surtidora y una refaccionaria propiedad de los señores Miguel Pinto Rentería y Enrique Bayardo, que era atendida por los señores José y Rafael Pinto Rentería.


Años más tarde, cuando fue terminada la terracería de la nueva carretera a Colima (aproximadamente en 1946) en un trazo de mayor altura que la brecha existente, faldeando los cerros en la cuesta de la Salada, los señores Pinto y Bayardo pusieron en servicio camionetas Country Sedan, de las llamadas tipo Guayín, que hacían ese recorrido.


Mientras tanto, se había establecido un servicio de pasaje de Tecomán a Cerro de Ortega por el Sr. Gildardo Fuentes.


Para Manzanillo viajaba con un camión de su propiedad Don Francisco Brizuela. Posteriormente Don José Alcaraz, de Colima. Con ese mismo destino viajó desde Tecomán Don Guillermo Sánchez, con un camión llamado “La Casita”.


En los últimos años de la década de los cuarentas, nació la “Cooperativa Colima-Manzanillo” cuyos autobuses eran conocidos como “los rojos” y que hacían parada en el crucero de Tecomán.


En la ruta de Tecomán a La Estación seguía Don Benjamín Novela con su nuevo camión llamado “El Guaymas”, pequeño, con bancas laterales, con carrocería de color rojo. Posteriormente el camión llamado “El Rielero” sustituyó al “Guaymas”.


Al pavimentarse la carretera Jiquilpan - Manzanillo en su tramo comprendido entre Colima y el puerto, nuevas líneas de autobuses transitaban por esa carretera sin ingresar a Tecomán, pues el tramo Tecomán - Estación, también petrolizado en esa época, no había sido federalizado. Esto sucedía en 1951.


En 1950, después de cubrir la ruta de Tecomán a La Estación durante más de 30 años con sus transportes, primero tirados por bestias y después movidos por motor, a raíz de un accidente que sufrió en ese tramo con su camión “El Rielero” y que originó complicaciones que lo tuvieron encamado mucho tiempo, hasta su muerte, Don Benjamín Novela vendió sus derechos a Don Donato Anguiano quien siguió prestando el servicio. En esa época se construyó en el entronque con la carretera Colima- Manzanillo, por parte de Don Donato, una casa con un corredor muy grande, de piso de cemento, que originalmente tenía techo de teja de barro y después fue sustituido por otros materiales. En ese corredor había bancas y allí esperaba el pasaje que hacía transbordo. Esa construcción permaneció en servicio durante 36 años, siendo demolida en el año de 1987 cuando se efectuaron las obras de la ampliación de la anterior glorieta, al inaugurarse la carretera de cuatro carriles.


Frente a esa casa, en el lado poniente de la carretera que conducía de ese lugar a Tecomán, existió por muchos años un frondoso capire, que antes de que fuera edificada la construcción mencionada en el párrafo anterior y que servía de terminal a los autobuses locales, brindaba su bienhechora sombra a las personas que esperaban el transbordo. Era un bello ejemplar de esa especie de árboles que fueron muy escasos en el valle. Hoy, han desaparecido por completo. Ese recordado árbol fue derribado cuando se construyó la primera glorieta de la antigua carretera en 1950.


El primer servicio de automóvil de alquiler que hubo en Tecomán, lo hizo Miguel Puente Ramírez en 1940 con un coche Buick modelo 1936. El se instaló frente al templo de Santo Santiago en el costado oriente del Jardín Hidalgo.


En 1941, como segundo coche de alquiler, comenzó a dar servicio un carro modelo 1930, llamado “Mi Delirio” propiedad de Andrés Rojas Rosales, que también se estableció frente al templo. Era un lugar favorable, porque en esa época el movimiento comercial de Tecomán se hacía en las calles adyacentes al curato y al templo, o sea la primera cuadra de la calle Dos de Abril y el principio de la Independencia, en puestos callejeros donde se vendían comestibles y que fue donde se originó el primer mercado de Tecomán.


Según los días de la semana, Andrés Rojas movía su coche a otros lugares buscando el pasaje. A veces se instalaba en la esquina de Centenario, hoy Revolución, con Zaragoza, donde era la casa de Don Juan Rodríguez y a veces en la esquina de Independencia con Torres Quintero, frente al billar de Don Juan Jiménez.


Después de varios meses de estancia de estos dos carros en servicio, se hizo el registro de ellos en la ciudad de Colima corno fundadores del sitio.


Don Andrés Rojas, ya fallecido, por su antigüedad y permanencia, pionero de este servicio, fue el encargado de hacer dicho registro y él refería que no siendo originario de Tecomán y con poco tiempo de residencia en la población, cuando le fue pedido el nombre con el que se registraría el sitio, él pensó en que fuera el mismo del jardín en donde se había asentado, pero al no recordarlo con precisión en ese momento, dio el nombre de Morelos en lugar de Hidalgo, quedando así registrado en el año de 1941, siendo por tanto ese sitio el de mayor antigüedad en Tecomán.


El coche Buick de Miguel Puente fue retirado en 1942, explicando su propietario que lo hizo porque en ese tiempo se generalizó el segundo conflicto bélico mundial, al declararse México en guerra con el eje, lo que causó escasez de gasolina, llantas y refacciones, así como su encarecimiento, optando por abandonar el servicio.


Después de la salida del coche de Miguel Puente, ingresaron otros automóviles al ir creciendo la población. El tercero fue propiedad de Epifanio Ventura, después Antonio Enciso, Trinidad Ventura, Carlos Delgado, Luis Alcaraz, Humberto Delgado, Florencio Andrade, Luis Zepeda y Jesús Navarro Pescador. Para 1950 eran ya diez los coches que daban servicio en el sitio.


Don Andrés Rojas fue propietario de auto de alquiler, que él mismo conducía, durante 40 años.


Entre 1960 y 1970 nacieron los sitios del Seguro Social, del Sagrado Corazón, Las Palmas y San Francisco Javier.


Cuando en 1981 se hizo la transformación del jardín Miguel Hidalgo, al desaparecer las calles de los costados oriente y poniente, el sitio Morelos cambió de ubicación, dividiéndose en un ala norte frente a la casa cural y otra en el costado sur del jardín.


En las décadas de los años treintas y cuarentas poseían camiones de carga los señores José Brizuela, Pablo Chávez, Luis Pinto, Enrique y José Castrejón, Alfonso Calderón, Elías Valdez y otros.


Algunos de los camiones de los propietarios mencionados, transportaban plátano de la vega del río Coahuayana, de Chiquihuistlán a la Estación de Tecomán, procedente de las huertas que allí tenía el Senador Don Alejandro Anaya. También acarreaban maíz del Plan del Zapote a Tecomán.


Fueron transportistas de la época heróica, cuando se carecía de carretera con rumbo a la costa de Michoacán, Don José Pineda y Don Luis Ortiz Díaz. La brecha existente a Cerro de Ortega en los viejos tiempos, pasaba por la Zompaslera, La Cofradía, La Cruz de Plaza, El Palo Cahuite, La Zanja Prieta y La Mata de Bule. Los terrenos situados en las cercanías de estos dos últimos puntos mencionados, por ser barriales, era casi imposible transitarlos durante las aguas por los tremendos atascaderos que se originaban. Cuando una camión cargado se quedaba pegado en el barro, como no había tractores en esa época, se tenía que hacer el intento de sacarlo con una yunta de bueyes.


Cuando había el inconveniente de temporales muy lluviosos, la carga se transportaba en bestias mulares por la orilla del mar. Hubo un lugar cerca de la Zanja Prieta donde existía un órgano en la orilla del camino que fue conocido por muchos años como el Órgano de Pineda, por haber quedado atascado allí en una ocasión durante tres días el camión de Don José de ese apellido, Don Luis Ortiz Díaz constituye una verdadera leyenda del transporte de carga en vehículos de motor desde Tecomán hacia la costa de Michoacán, que por su permanencia de más de 25 años en esa actividad, fue el pionero de esa ruta.


Contaba Don Luis que en 1936 comenzó a viajar durante las secas, con una camioneta pequeña. Compraba limón en los lugares cercanos al río Coahuayana, en donde había huertas. De Michoacán traía esa fruta de San Vicente. Como el medio de transporte era escaso, se vio obligado a traer pasajeros del otro lado del río.


En 1938 cambió su camioncito por un camión grande de cinco toneladas, Chevrolet, con capacete, siendo en esa época el único en Tecomán que tenía ese accesorio, entre los camiones de carga. A este carro le puso el nombre de “El Limoncito”, de donde le vino el sobrenombre con el que fue conocido. Con este transporte de mayor capacidad, llevaba de Tecomán a la costa de Michoacán, hielo, que era traído de Colima en los camiones de Pancho Brizuela y se empacaba forrado en aserrín en costales cotenses. Transportaba azúcar en marquetas solamente durante las secas, ya que en el temporal de lluvias se derretía por la humedad. Durante las aguas, llevaba botes de bolas de caramelo, que resistían al tener menor grado de higroscopia y eran usadas para endulzar, a falta de azúcar. También acarreaba alcohol y cerveza Quijote, muy en uso en esa época. Del otro lado del río Coahuayana, traía cueros de res, de cerdo, de venado y de otros animales silvestres. También transportaba cascalote, jamaica que era traída por los naturales de Pómaro y El Coire, copra de El Ranchito y como dejamos dicho, limón de San Vicente. En el temporal de aguas, cuando no se interrumpía el paso, llevaba la carga hasta el Cerro de Ortega y de allí era trasladada en bestias a San Vicente, Coahuayana y El Ranchito.


Posteriormente tuvo un camión Burman, tipo Comando, de los excedentes de la segunda guerra mundial, con el que siguió viajando en esa ruta.


Durante las secas, se hacía en el río Coahuayana frente a Cerro de Ortega, un vado. En donde el agua se entablaba y tenía menor profundidad, en el suelo arenoso, se clavaban estacas formando círculos pequeños que se rellenaban de grandes piedras, atando las estacas entre sí con alambre, para favorecer el paso de los vehículos en las dos direcciones.


En la década de los años sesenta, se construyó el puente sobre ese río, siendo posteriormente grande el número de vehículos que por allí transitan.


El primer expendio de gasolina que hubo en Tecomán, estuvo situado en un costado de la tienda de Don Antonio Alcaraz, ubicada en la esquina de Independencia y Allende. En el zaguán de su casa que daba a la calle Allende, su hijo de crianza, José Virgen la despachaba. Se almacenaba en tambos de 200 litros.


Después, a principios de los años cuarentas, Don Ramón Gutiérrez la expendía también en tambos en la acera poniente de la calle Independencia, en la cuadra comprendida entre las calles Abasolo y Allende. Esta casa fue comprada con todo y el expendio por Don Carlos Ceballos Silva, que allí fincó una de las primeras casas de concreto que se hicieron en Tecomán y que con posterioridad ocupó el Banco de Colima, hoy Banco Santander Mexicano.


Poco tiempo después los señores Francisco Brizuela Sastre, Miguel Pinto Rentería y Enrique Bayardo López, instalaron la primera gasolinería que contó con depósito subterráneo y bomba surtidora en la esquina de las calles Dos de Abril y Constitución, contigua a la terminal de los camiones azules.


En 1950 se construyó la primera gasolinería edificada ex profeso para ese fin, que fue la Mercantil de Tecomán, situada en la salida de la Estación, al norte de la población. Años después fue construida por los hermanos Severiano, Juan, Roberto y Felipe Alvarez, la gasolinera Poza Rica, en la salida de Cerro de Ortega.


La primera vulcanizadora de llantas que hubo en Tecomán fue la de Melesio Hernández que estaba en la calle Centenario, hoy Revolución, en la acera sur, a media cuadra. Allí comenzaron Alfredo Llamas y Alfonso Fermín que al independizarse, instalaron negocios por su cuenta.


El primer fabricante de acumuladores para vehículos de motor, en los años cuarentas, fue el señor Alfonso Castillo Calderón. Antes recargaba baterías el Sr. Chon García.


Los mecánicos más antiguos de Tecomán fueron Antonio Zanic, Luis Mesina Contreras, Luis Castillo y Angel García.

Advertisement