Wiki José Salazar Cárdenas
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Desde los lejanos días en que alcanzó su esplendor el poblado de Valenzuela, que estuvo asentado en las cercanías de una corriente fluvial, se tienen noticias de la existencia del cultivo de algodón en los campos situados en sus proximidades. Al norte de esa desaparecida población, inmediatamente después del corredero natural nombrado Palos de Agua existe un terreno que fue conocido a fines del siglo pasado y principios del actual con el nombre de El Algodonal.

También en la antigüedad, en las márgenes del río Coahuayana, se llevó a cabo ese cultivo que posteriormente se abandonó.

En la década de los años treintas de esta centuria, Don Miguel Alcaraz sembraba en su propiedad del Rancho San Angel, algodón de temporal entreverado con el maíz sin fumigaciones ni cultivos especiales.

En los años cuarenta, lo que hoy conocemos como Valle de Tecomán, comenzó a sufrir una notable transformación al iniciarse el riego mediante canales provenientes del río Armería, abriéndose al cultivo considerables extensiones de tierra que habían estado pobladas por monte virgen. Los campos antes yermos, cobraron vida y brotó el esmeralda de las frondas de los frutales.


Las riberas de los grandes ríos que corren en sus confines se cubrieron de verdor cuando hombres resueltos y con gran espíritu de lucha, criollos unos y otros llegados de otras latitudes, arrancaron de la tierra dorados frutos, cultivando el cocotero, el limón y el plátano.

Al llegar el año de 1950, Don Adolfo Pineda se dirige a Don Antonio Anaya, prominente empresario de la comarca lagunera y lo invita a realizar una siembra experimental de algodón en el valle. Don Ernesto Valdez que se desempeñaba como contador en los negocios de Don Antonio en Torreón lo anima y él acepta. La siembra se lleva a cabo con éxito y el Sr. Anaya decide incursionar en la región propiciando en grande el cultivo de esa planta en el año de 1951.

El interés en realizar esa siembra causó un entusiasmo frenético en los agricultores de la región como nunca se vio antes ni después.

En ese año, decenas de hombres del campo rentaron tierras que destronconaron y prepararon para la primera siembra formal.

El Sr. Anaya instaló una planta despepitadora en las inmediaciones de la estación del ferrocarril.

Don Uriel Valdez, unido al Sr. Anaya con lazos familiares y de amistad, se convierte en su brazo fuerte y ejecutor de los proyectos del gran magnate. Llegan agricultores de La Laguna en seguimiento de Don Antonio y se presenta una gran inmigración de trabajadores del campo procedentes de esa zona y de otras partes de la República, originando un gran incremento demográfico, elevando los movimientos financiero y comercial de Tecomán a alturas insospechadas.

El ruido estremecedor de los pájaros de acero se presenta. Llegan pilotos fumigadores, ya que desde el primer momento se planea la siembra en forma técnica. Arriban representantes de las firmas comerciales distribuidoras de insecticidas que abastecen a las plantaciones de los fumigantes necesarios.

Aproximadamente el 90% de la siembra de algodón se hace en tierras de temporal. Las lluvias son copiosas y oportunas. Los créditos son abundantes y los algodonales prosperan. La cosecha es óptima. Los rendimientos son notables. Corren ríos de dinero.

En esa época se había terminado la pavimentación de la carretera Jiquilpan – Manzanillo y grandes transportes y numerosos carros de ferrocarril trasladan las compactas pacas de la fibra blanca a importantes centros textiles.


Reciente estaba el fin de esa extraordinaria cosecha de algodón cuando se realizó la primera feria agrícola, ganadera y comercial de Tecomán que dio comienzo en los últimos días del mes de enero de 1952, haciéndose la elección de la reina de los festejos. Este evento fue auspiciado por el Gral. Jesús González Lugo, a la sazón gobernador del Estado y ejecutado, por el presidente municipal Mayor Miguel Bracamontes García.

Hubo una gran alegría y entusiasmo durante la feria que se llevó a cabo alrededor del jardín Miguel Hidalgo, en forma simultánea a los festejos religiosos en honor de la Virgen de la Candelaria. Resultó electa reina de esos festejos Chayito Arceo Puente, siendo su princesa Glafira Torres Villalvazo.

Ese mismo año y durante la celebración de la primera feria, se elevó la población a la categoría de ciudad por decreto del Congreso del Estado.

En el año de 1952 se llevó a cabo la segunda siembra del algodón. La cantidad de hectáreas dedicadas a ese cultivo fue mayor. Aumentó el número de agricultores que se interesaron en esta actividad, siendo el temporal de aguas muy bueno.

La segunda cosecha fue un éxito mayor que el anterior y siguió la euforia.

Los restaurantes de Martha Herrera, Doña Severa y Doña Chofi Orozco, eran los lugares donde tomaban sus alimentos muchos de los algodoneros que no tenían familia en Tecomán.

El Cat’s Bar de Ernesto Berra ubicado en el portal Libertad y el Bar del Hotel Ceballos, los sitios donde se echaba la copa y se comentaban los sucedidos.

Carmen La China y Rosa Elvira La Chata, dos hermanas modelo de amabilidad y buen trato con los clientes tenían un puesto situado en el costado norte del jardín, siendo el lugar obligado para el café, el refresco y la plática.

El puesto de Doña Tere Villalvazo que estaba en un solar de Salvador García Mendoza contiguo a la presidencia municipal, donde más tarde se edificó la Casa Bayardo, era otro sitio de reunión.

En el Cat’s Bar tuvo lugar un día de la primera temporada de siembras, un incidente chusco. Había un entomólogo que servía a la marca de insecticidas Niágara representada por el Ing. Luis Minakata, que se hizo popularísimo por su desparpajo, su ironía y su inagotable conversación al que se conocía como “Papá Gusano”. Estando éste echando la copa con algunos algodoneros en ese salón, formaba parte del grupo un competidor representante de otra marca de insecticidas que había dejado su camioneta estacionada frente al bar. Se hablaba de fumigantes y en un momento de la plática le dijo al competidor:

“Mira, para probarte que lo que vendes no mata ni un zancudo, me voy a comer un taco con tu porquería y verás que no me pasará nada”. Tomó un taco de los que servían de botana, salieron a la calle, seguidos por el grupo, se dirigieron a donde estaba la camioneta del otro, tomó una bolsa del insecticida del competidor, abrió el taco y a manera de queso rallado, le roció una cucharada del fumigante y se lo comió. Ya que hubo engullido el taco, “Papá Gusano” dirigiéndose al contrincante exclamó:

¿Ya ves para lo que sirve tu tiznadera?

Allí lo acabó comercialmente.

Otra de las compañías dedicadas a insecticidas que operaban en la población en esa época era Penn Salt que era representada por Don Pepe Jiménez.

Existía un campo de aviación en el norte de la población en terrenos de la Ex Hacienda de Periquillo que el Sr. Stephano Gherzi había donado al Ayuntamiento para dedicarlo a ese fin y de ahí despegaban todas las mañanas con su carga de insecticidas los ruidosos biplanos Stirman usados para la fumigación en vuelos rasantes por expertos e intrépidos pilotos profesionales, que solamente trabajaban en la mañana, desde las primeras luces del amanecer, por ser la hora más favorable, dada la quietud de la atmósfera y también porque las plantaciones se impregnaban del insecticida por el rocío existente a esa hora.

El rugir de las máquinas voladoras se hizo familiar en la ciudad.

Cerca de la aeropista tenía su taller el maestro Galindo, experto mecánico de aviación.

Los pilotos más recordados fueron: Augusto Estrada, Carlos Pierce, Juan Galarza, Basilio Gutiérrez “Chilo”, “El Gallo”, Juan Artola y Manuel Castillo.

Fue tanto el auge de esa época, que tomando en cuenta las necesidades de transporte de los muchos hombres de negocios involucrados con ese remunerador cultivo, se estableció una línea aérea comercial llamada Aerovías Reforma, que operaba entre Colima y México con escalas en Coalcomán y Morelia, con equipo DC 3.

El artífice de aquel corto tiempo de opulencia, Don Antonio Anaya, se desplazaba en un DC 3 que tenía a su servicio particular. Luis Amante Jr. que llevaba gran amistad con él y lo acompañaba en muchos de sus viajes, platicaba que a veces estando en Torreón tranquilos, decía: “Sabes Luis, tengo ganas de pozole, vámonos a Colima a echarnos un plato con La Chata”. Y más tardaba en acabarlo de decir, que en ponerse en camino en su rápida nave aérea.

En esa fugaz temporada se hizo patente y manifiesta la unión, la confraternidad y la lucha por lograr metas comunes, que había entre los agricultores. Hubo un perfecto entendimiento entre los oriundos del lugar y los llegados de otros lares. Después cundió la desunión, surgieron los intereses políticos y de grupo, se agrietó la amistad, ese tesoro de la raza humana que es como el más fino cristal de Bohemia, que cuando se rompe, por mayores esfuerzos que se hagan en disimular el remiendo, es notoria la fisura.

El entusiasmo para la realización de la segunda feria fue verdaderamente sorprendente. La población vivió en los meses de diciembre de 1952 y enero de 1953, una de las temporadas más brillantes de su historia. Se realizaron festejos, bailes, reuniones, convivios, competencias. La elección de la reina de la feria de ese año, estuvo enmarcada en la más grande y noble lid para lograr el triunfo de su candidata, por parte de sus simpatizadores. Como en esa época la elección se hacía por votos representados por valores, se reunió la más importante cantidad de dinero de aquellos tiempos.

Coincidió la cosecha de 1952 con el inicio de los festejos y el pueblo vivió esa temporada un auge nunca alcanzado en ninguna época.

Todavía se recuerda como en la era de Don Luis Minakata se organizaron bailes con las mejores orquestas de Guadalajara, entre ellas la de Arturo Javier González, con la finalidad de reunir fondos para la elección de la soberana. En uno de esos bailes actuó como variedad el famoso cantante francés Charles Trenet, tiempo en que se repetía en todos los lugares la dulce melodía de “la Vida en Rosa”, que formaba parte del repertorio del renombrado cantante.

En esos festejos se llevaban a cabo rifas de charolas llenas de aquellas relucientes y enormes monedas de plata de la época como eran los Hidalgos de diez pesos y los Cuauhtémocs de cinco.

Por las noches, en el jardín Hidalgo se reunía la palomilla de solteros de aquel entonces en torno a ese formidable conversador que ha sido Luis Amante, la mayor parte representados por los jóvenes agricultores venidos de otras latitudes, entre ellos Juan José Leaño, Rodolfo Alvarez del Castillo, José Arámbula, Héctor y Humberto Balleza, Rodolfo Jarero, Armando Minakata, José y Benigno Aguilar, Julio y Paco Ruiz, José Antonio Escalera, Raúl del Toro, Javier Dueñas, Diego y Godofredo Espada, José González Quevedo y los menos jóvenes Basilio Cebrián, Luciano Hernández y Pepe Jiménez, así como el popular Juan Sarkis comerciante al que llamaban El Árabe.

Hubo vez que este grupo organizara carreras en el andador del jardín, a media noche, en plena sobriedad en las que el campeón absoluto fué Héctor Balleza que superó por “un pelito” a Rodolfo Alvarez del Castillo. Hubo en esa sesión, una carrera con “handicap” entre los muy desparramados 60 kilos de Rodolfo Alvarez que corrió como galgo, ante los 110 kilos de Sarkis, dando Rodolfo 20 trancos de ventaja.

En esa época el centro de reunión de las principales familias era la casa de Don Alfonso Herrera, en donde se llevaban a cabo animadísimas veladas.

Fueron candidatas al reinado de la feria en 1953 Lolita Anaya y Norma Enríquez, con gran cantidad de partidarios cada una y después de una competencia cerrada en los dineros, resultó triunfadora Lolita.

Esos meses fueron para los que vivimos y presenciamos, de un recuerdo que no olvidaremos jamás.

El transcurso del año de 1953, se presentó diferente. El temporal de lluvias fue uno de los más escasos de que se tenga memoria. La siembra de algodón se hizo en su mayor parte como los años anteriores, en tierras de temporal.

En esa época el Gral. González Lugo, gobernador del Estado puso mucho interés en Tecomán y casi a diario por las tardes visitaba la población.

Se ponían unos nublazones impresionantes que ya parecía que se dejaría caer la tormenta y no llovía. Los angustiados agricultores veían como pasaban los días y únicamente se presentaban a diario las amenazas de precipitación sin que cayera una gota.

Se contrataron los servicios de una compañía aérea que se dedicaba a esparcir en la atmósfera substancias químicas para provocar la lluvia. Mientras el avión entraba y salía entre las nubes, el grupo de agricultores permanecía expectante en el jardín acompañados del gobernador y el presidente municipal, observando las maniobras que a gran altura realizaba la nave aérea con la esperanza de un feliz resultado y nada.

El desencanto cundió. El año fue estéril y fue tan grande la cantidad de plagas que invadieron las siembras, que a pesar de las continuas fumigaciones, se levantó una escasa cosecha que no pagó los gastos del cultivo. Se propagó la desilusión. Hubo grandes pérdidas y la decepción se hizo presente.

También hubo en ese año otro suceso que ensombreció el ambiente. Augusto Estrada el más popular de los pilotos fumigadores que se hizo gran amigo de la palomilla de jóvenes agricultores algodoneros, impartió un curso de aviación en una avioneta ligera, donde aprendieron a volar muchos de ellos. Un día, en un vuelo de adiestramiento en que participaban Augusto y un emprendedor joven colimense, el Profr. Javier Dueñas, agricultor criollo, en un lamentable accidente se precipitó la avioneta y ambos perdieron la vida.

Para el año de 1954, fueron muy pocas las plantaciones que se efectuaron con negativos resultados por las incontrolables plagas. Fue el último año de siembras de la codiciada fibra blanca.

Vino el desengaño, el despertar amargo de aquel sueño que no se convirtió en realidad permanente.

Don Antonio Anaya levantó su maquinaria y se marchó y solamente quedó como un testigo mudo de aquella época de fugaz prosperidad y meteórica aventura, la gigantesca estructura en forma de pirámide, de lámina de acero que aún perdura en la Estación de Tecomán, intrigando sobre su origen y utilidad a las jóvenes generaciones.

Después de la debacle se comenzaron a saber los motivos del doloroso fracaso. El algodón es un cultivo que requiere de clima cálido y seco, con invierno bien marcado. La humedad del ambiente favorece la propagación de las plagas y la planta precisa de un invierno que acabe con éstas. Como en Tecomán la demarcación del invierno casi no existe, ya que no se presentan temperaturas extremas, las plagas acabaron con el algodón.

Entre los muchos agricultores que se dedicaron a las siembras de algodón en aquella época, se recuerda a las siguientes:

Antonio Anaya, Uriel Valdez, Luis Amante Jr., Ernesto Valdez, Diego y Godofredo Espada, Basilio Cebrián, José González Quevedo, Daniel Cifuentes, José Cifuentes, Gustavo Escalera, José Antonio Escalera, Armando García de la Cadena, Alberto Ochoa Genel, Antonio Ramos Salido, Rafael Escobosa, Francisco Cavazos, Gustavo Barreto, Gonzalo, Julio y Francisco Ruíz, Antonio y Juan José Leaño, Rodolfo Alvarez del Castillo, José Arámbula, Armando Minakata, Luis Minakata, Luis y Mariano Fernández, David Cárdenas, José Jiménez, Francisco Vázquez Cuéllar, Adolfo Pineda, José Pineda Genel, José Espinosa, Javier Herrera, Luciano Hernández, Jorge Cabrera, Manuel Caraballo, Hermanos Arreguín, Enrique Bayardo, Miguel Pinto Rentería, Carlos Ceballos Silva, Jorge Michel, José López Gómez, Eduardo Picazo, Fernando Richard, Angel Cuevas, Mere Gutiérrez, Miguel Alcaraz, Salvador Ceballos, Hermanos Parra, Wilfrido Enríquez, Eliezer Ochoa y Alfredo Ochoa.

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