Wiki José Salazar Cárdenas
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En el Valle de Tecomán, por una razón natural, los asentamientos humanos que nacieron durante la época de la Colonia y primeros tiempos de la vida independiente, se instalaron en lugares cercanos a los ríos en donde tuvieron en algunos casos una evolución que perduró hasta el presente, pero que en otros casos por razones desconocidas, desaparecieron. Así vemos como en las grandes haciendas con abundancia de agua en sus campos como El Rosario, Guaracha, Caleras, Paso del Río y Callejones, tuvo un desarrollo notable la ganadería, siendo en cambio raquítica y limitada a pequeños hatos en el interior del valle.

El ganado existente en la antigüedad era criollo lechero diseminado en diferentes ranchos a lo largo de la planicie.


Comúnmente en los ranchos cercanos a la población y en el interior del valle, la labranza de la tierra se combinaba con la cría de ganado. Durante el temporal de lluvias se hacían siembras de maíz y calabaza en un potrero, mientras en otro pastaba el ganado. Al finalizar las lluvias y cuando los pastos se agotaban, se cambiaba el ganado al barbecho de la siembra, donde se alimentaba con el rastrojo y el zacate que por la humedad se conservaba.


Al hacer la pizca del maíz se recogía la calabaza, que se almacenaba y se daba picada al ganado, cuando las pasturas escaseaban.


Un rancho ganadero contaba con un corral de ordeña hecho de ordinario, con cercado de cajón o de alambre de púas. Se llamaba cercado de cajón al formado con palos atravesados sostenidos entre postes enterrados. Junto al gran corral de ordeña, había un pequeño corral hecho en la misma forma en donde se encerraban los becerros. Existía un pozo de agua o una noria de grandes proporciones y junto una atarjea que servía de abrevadero al ganado. El agua se extraía por diferentes medios: usando una garrucha, una soga y un balde, con un guimbalete cuando el espejo del agua no era muy profundo, y posteriormente cuando ya hubo motores de combustión interna, se usaba una bomba. El ganado reconocía a beber en las atarjeas. También había en el rancho una casa habitación de madera con techo de teja de barro, rodeada de corredores ocupada en forma eventual o permanente por el propietario del rancho y una casa más, destinada al ranchero ordeñador. Asimismo existía una bodega en donde se guardaban monturas, aperos de labranza, herramientas y utensilios como cernidores, arneros, molinos, etc.


En un rancho en donde se tenía ganado de ordeña, la rutina era esta:


En la madrugada, el ordeñador que habitaba en el rancho comenzaba la ordeña a las 4 o 5 de la mañana, alumbrándose con mecheros de petróleo. Se terminaba la ordeña al amanecer y se soltaban las vacas junto con los becerros, para que fueran a pastar al potrero. Se acarreaba la leche al poblado a lomo de bestia, en botes de lámina galvanizada aplanados, forrados con una protección hecha de tiras del mismo material que formaban una especie de cesta, a la que se le llamaba árguena. Los botes se acomodaban colgados a los lados de la silla de montar, equilibrando la carga. Los había de 2, 5, 10 y 20 litros de capacidad. Para evitar que la leche se derramara por el movimiento de la bestia, las tapaderas se forraban con un lienzo de manta que servía de empaque.


Ya amanecido, se llegaba con la leche al lugar en donde se expendía, que de ordinario era el zaguán de la casa del dueño de la ordeña. En la pared de la calle, en lo alto del lugar donde se vendía la leche, se colocaba una bandera blanca que era el símbolo usado para que se conociera que había una lechería.


A la hora de la ordeña se observaban tanto a las vacas como a los becerros, tratando de saber si había algún animal triste o con síntomas de enfermedad o si tenían alguna herida infectada, cosa que era muy frecuente, ya que el ganado se ocasiona heridas con el cercado de púas tratando de brincar o pasarse de un potrero a otro, y se le atendía después de terminar de ordeñar.


Durante el día el vaquero se encargaba de vigilar el ganado y darse cuenta si se brincaba a otra propiedad, al mismo tiempo que repasaba para saber si faltaba algún animal. También cuidaba de cerciorarse si alguna vaca ya estaba en días de criar o si había alguna recién parida para observarla y proporcionarle los cuidados necesarios.


Antiguamente cuando en el monte había coyotes, por la noche atacaban a las crías recién nacidas y para evitarlo, el vaquero llevaba a la vaca con su cría a un lugar seguro.


Por la tarde, se realaba el ganado arreándolo para darle de beber. Se apartaban los becerros de las vacas y se les encerraba en su corral, para otro día por la madrugada, repetir el mismo trabajo.


La leche se aprovechaba íntegramente. A la que no se consumía o se vendía, se le quitaba la gordura para hacer crema, jocoque o mantequilla y después se cuajaba para hacer queso, con cuajo natural. El cuajo es una parte del estómago de los bovinos, que puesto al sol, previamente salado, se deseca y se usan porciones de él para cuajar la leche, en proporción a la cantidad de ésta. En épocas posteriores aparecieron en el mercado tabletas para el mismo uso.


El suero de la cuajada se hervía para hacer requesón, y el residuo de ese suero hervido se les daba a los cerdos como alimento.


En las ordeñas alejadas de las poblaciones de donde no se podía transportar la leche, se cuajaba y se hacían grandes quesos que ya salados, se dejaban secar a la sombra en grandes zarzos durante varios meses, al abrigo de insectos y fauna dañina y se comercializaba como queso seco también llamado añejo.


Existían ganaderos que poseían ordeñas grandes en lugares cercanos al río Armería y la leche se enviaba por tren a otras partes, sobre todo a Cuyutlán y Manzanillo donde tradicionalmente la leche ha tenido una gran demanda por la presencia del turismo.


Se recuerda que en el primer tercio de este siglo, durante las secas, Don Refugio Sevilla tenía una ordeña muy grande cerca de la Boca de Pascuales. Se ordeñaba a media noche, para salir a las tres de la mañana con mulas cargadas de botes llevando la leche por la playa, atravesando el río hacia Cuyutlán, en la temporada turística del balneario.


En el centro de los corrales de ordeña antiguos existía siempre un tronco o un horcón enterrado, no muy grueso, pero lo suficientemente resistente, de aproximadamente dos metros y medio de altura, llamado bramadero, que se utilizaba para amarrar en él a los animales para curarlos. Igualmente de ahí se colgaba, mientras se les ordeñaba, a las vacas ladinas, reacias, casi siempre de primer parto, hasta que se amansaban. En la región siempre ha existido el ganado cebú o su cruza, siendo las vacas de esa raza las que ofrecen más dificultades para la ordeña por su temperamento indócil, renuente.


En el bramadero también se amarraban bestias caballares para curarlas o amansarlas.


Cuando accidentalmente se interrumpía la gestación de una vaca, se hablaba de un mal parto y al no tener cría se decía que la vaca quedaba horra. Se llamaba en forma general ganado horro a todo el que andaba suelto y no eran vacas de ordeña.


Una vez que la cría estaba lo suficientemente crecida para alimentarse de por sí, se le apartaba de la vaca, lo que se nombraba desahije. Al grupo de becerros añejos que así se separaban de las vacas, se les nombraba ganado de desahije.


Al tener una vaca dificultades en su parto y la cría moría, para aprovechar la leche, se le ahijaba un becerro pequeño de otra vaca, para ordeñarla.


Cuando una vaca estaba ya en días en criar, se le colgaba del pescuezo un cencerro para localizarla.


Asimismo, cuando una res tenía la costumbre de brincar lienzos o hacer portillos en los cercados, para pasarse a otros potreros donde había mejor pastura, para impedirlo se le ataba al cuello un palo en forma de horqueta al que se le llamaba rifle y que hacía que se atorara en el cercado estorbándole para brincar.



Los cercados se hacían con alambre de púas sostenido por postes de madera que se enterraban cada dos metros, fijándose dicho alambre con grapas de acero clavadas. A los postes se les llamaba también hembrillas.


En los cercados había puertas figuradas llamadas falsetes, que eran una fracción del mismo cercado o lienzo, hecha con postes muy delgados y livianos que no se enterraban y que estaba fija en un extremo y móvil en el otro. En el poste enterrado opuesto a la parte fija, se colocaban unos anillos de alambre liso, arriba y abajo, para sostener en ellos el poste móvil del falsete, al cerrarlo.


También había puertas de golpe, hechas con tablas cepilladas, gruesas y anchas, ensambladas en dos maderos verticales y colocadas en forma horizontal, a 10 cms. de distancia una de otra, que se podían abrir y cerrar por un jinete sin apearse de la bestia, para pasar de un potrero a otro o entrar o salir de un corral y que por la inclinación que se les daba, casi cerraban solas al soltarlas. De allí su nombre.


Para completar la dieta alimenticia del ganado, cuando las pasturas escaseaban en las secas, se les daba una ración extra de alimento, compuesta generalmente por una mezcla molida de maíz, olote, zacate y melaza agregada o también por separado, calabaza picada.


Los machos del ganado de desahije se engordaban para dedicarlos a la matanza.


En ganadería eran usadas dos voces que tenían igual sonido pero diferente significado y escritura: atajo, que se refiere a un camino que acorta distancias y hatajo que es un pequeño hato o grupo reducido de animales.


Los propietarios de los hatos de bovinos, tenían registrado ante la oficina de gobierno correspondiente, como se sigue haciendo, un fierro para herrar sus animales, con determinada figura diferente a los demás, que era lo que identificaba al ganado de su propiedad.


Al becerro se le marcaba con una señal de sangre en una oreja y al llegar a la edad de torete o vaquilla, se le herraba usualmente en el ijar o en la palomilla del lado izquierdo del animal, para lo cual se sometía el fierro al calentamiento extremo en las brasas. Mientras tanto se lazaba y se derribaba la res y cuando el hierro ya estaba al rojo vivo, se aplicaba.


Había ganaderos que acostumbraban la marca y la aplicaban en el ijar o en la palomilla del lado derecho, de tal suerte que había reses que cuando eran adultas, tenían señal de sangre, fierro y marca. La marca era a veces un número o bien la cabeza del fierro.


En el valle fueron muy usados los bueyes cabestros para mancornar ganado y trasladarlo a otro lugar. Esta era una actividad muy practicada por los compradores de ganado para el abasto o por los mismos propietarios cuando hacían el traslado de ganado bravo, en especial de toros, en forma aislada. Para ello se lazaba y derribaba el animal para barrenarle un cuerno, donde se ataba la mancuerna, qué, cuerno con cuerno, lo uncía al buey manso.


Cuando el traslado del ganado era en hatajo, se utilizaban los bueyes cabestros sueltos, que llevaban un cencerro colgado en el pescuezo y servían de guía al resto del ganado que se achinchorraba o se cobijaba con los bueyes mansos.


En tiempos pasados, muchos de los terrenos del valle dedicados a agostadero eran montosos. El hombre de campo que atendía al ganado, necesitaba protegerse del sol, de la lluvia y de los golpes de las ramas, con un sombrero resistente, por lo que siempre prefirió el sombrero de palma colimote que ofrecía las mejores ventajas para esos fines.


Los trabajos del manejo del ganado en los potreros, los hacía montando las cabalgaduras más resistentes para el rudo quehacer y que eran las bestias mulares.


Para ponerse a resguardo de las agresiones y asperezas del monte, usaba guarniciones de cuero comúnmente llamadas armas de montar, que eran dos piezas de grueso cuero de gran extensión, unidas entre sí en la cabeza de la silla y de forma casi rectangular, que servían para brindar protección a los muslos y piernas del jinete.


También existía la cría de ganado caprino, en menor escala, y porcino que se acostumbraba criar en los corrales de las casas, que disponían de terrenos muy grandes en la antigüedad, o en porquerizas en los ranchos.

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