Wiki José Salazar Cárdenas
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Las ciruelas rojas de Tecomán, posiblemente hayan sido lo más representativo del municipio en la antigüedad, ante el resto del estado y de la República. Era en aquellas épocas un árbol muy abundante que actualmente tiende a extinguirse en el valle. La desaparición, es el precio que pagan unas especies para que otras vivan.

El ciruelo es una especie vegetal a la que daña letalmente la humedad, ya que cuando ésta es excesiva, causa su muerte.

Este frutal se reproduce plantando ramas que después se desarrollan y fructifican.

Un hecho que habla de la resistencia a la falta de agua y del extraño comportamiento de este árbol, es el siguiente:

Es tradición entre los cultivadores de este frutal, que las ramas destinadas a dar origen a un nuevo árbol, se corten a fines de mayo, después de que madura su fruta y cuando en la mayor resequedad del año, comienza a reverdecer. Las ramas recogidas se cortan y se paran recargadas en el tronco del árbol y allí se dejan hasta el día de San Juan, que es la fecha en que se acostumbra plantarlas, para que la rama aproveche la humedad del temporal, única época de su vida en la que en realidad requiere agua en forma frecuente, para afianzar sus raíces.

Las huertas de ciruela eran abundantes en el valle pero las más afamadas por su extraordinaria dulzura, eran las frutas del ciruelar de Mispan. Este lugar se encontraba en el camino viejo que iba a Cerro de Ortega, en un punto no muy distante de donde se bifurcaba el camino para Chanchopa. Los lugares que se pasaban por esta antigua ruta, saliendo de Tecomán, eran: La Quinta, Puertas Cuatas, Mispan, el Cahuite, Palo Fierro, la Mata de Bule y Cerro de Ortega.

Era un ciruelar pequeño en donde no había casas ni cercas y que sus dueños cuidaban solamente en el tiempo en que maduraban las ciruelas. Era una fruta de tamaño un poco menor que la ciruela roja ordinaria de Tecomán, redonda, pulposa, de cáscara delgada, sumamente dulce y de singular aroma, que trascendía tanto, que la fruta madura cortada, por oculta que estuviera, se delataba.

Después, dada la fama y la preferencia que se tenía por esa ciruela, comenzaron a llamarle con el mismo nombre, a toda la ciruela roja de Tecomán, de características semejantes a aquella, salvo las diferencias apuntadas líneas arriba.

El pueblo estaba rodeado por ciruelares. La huerta de ciruelas más grande que se recuerda, era la que pertenecía a Juan López, a principios de siglo, situada un poco antes de llegar a la Laguna de Alcuzahue, frente al Cerro Bola. Era un ciruelar de 6 hectáreas, a donde en tiempo de maduración, frecuentemente llegaban grupos numerosos de personas de Tecomán, que comían todas las ciruelas que querían y al retirarse, en la entrada del ciruelar, las personas encargadas de cuidarlo, tenían un tapeixte de varas o de carrizos lleno de ciruelas maduras y por 10 centavos cada persona, podían sacar una bolsa o un costalillo colmado de la apetitosa fruta. Allí mismo, en La Laguna, cerca del cerro que se encuentra al norte del poblado, Carpio Celestino tenía un ciruelar pequeño.

En las cercanías de la población había ciruelares en los ranchos La Cuarta y la Quinta de Juan López, en La Palmita de Antonio García y en La Zompaslera de Juan López. Cerca de La Carimacha, Casildo y Zenón Cortina tenían un ciruelar cada uno, que quedaron después en poder de Juan Cortina. En un lugar próximo al panteón viejo había otro ciruelar de Juan López.

Higinio Yépez tenía un ciruelar cercano al Ave María, en terrenos en donde se encuentra actualmente la colonia INFONAVIT Las Huertas. También existía huerta de ciruelas en el rancho de Aniceto Cabrera. En lo que hoy es la esquina de Obregón con Quintana Roo, estaba el ciruelar de Benito Peredia, que después fué de su hija Rosa y el esposo de ésta, Antonio Puente. En el sur del pueblo y al poniente de ese ciruelar, estaba la huerta de ciruelas de Melquiades Sánchez.

En el terreno que fue de Bartolo Núñez, en lo que hoy es la salida a Pascuales, también había ciruelar.

Los últimos ciruelares que sobrevivieron hasta hace unos veinte años, fueron : el de José Guerrero, situado al norte de la colonia Ladislao Moreno, que se sacrificó por otros cultivos y el de La Cofradía, que estaba ubicado al oriente de donde terminaba el campo de aviación, hoy colonia Noriega Pizano, que fue devorado por la mancha urbana.

Durante el auge de los ciruelares, se embarcaban por tren muchas cajas de madera con ciruelas a otras partes del estado y de la República. En esa época se usaban para ese fin cajas de madera cerradas, a las que se les llamaba alcoholeras, que recibían ese nombre porque en ellas venían empacadas latas de alcohol destinadas a las tiendas.

Salvo unos que otros árboles diseminados en los lugares secos del municipio, los ciruelares murieron en aras del desarrollo de otros cultivos que requieren abundante agua para su sostén y ahora nuestros hijos solamente conocen las ciruelas rojas, semejantes, pero no con la calidad de las que teníamos, que nos traen de Campos, Callejones o Ixtlahuacán, pasando a ser los antiguos ciruelares, sólo parte de un evocador y añorado pasado que ahora forma un capítulo de la historia de Tecomán.

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