Wiki José Salazar Cárdenas
Advertisement

La casa de tejamanil[]

Archivo:La Casa de Tejamanil1.jpg

Caminé por la sierra, donde había una ocotera, y una íngrima casa encontré en todo el día. Lleva-ba hambre. Me acerqué a la casa. 

- Buenas tardes. Buenas tardes. 

Nadie me contestó. Me asomé. Estaba abandona-da. Ni rastros de comida. 

Seguí mi camino, y ya oscureciendo, me encontré un jagüey. El agua era zarca. Alrededor del naci-miento había florecitas. Me harté de agua. Se me hizo de noche y ahí dormí junto a un palo, cerca del aguaje. Muy de mañana oí cantar pájaros. Bebí agua y seguí bajando el cerro. Ya muy tarde, divi-sé una casa de tejamanil grande, con corredores a los lados y cerca un corral de ordeña, pero no había animales. Me arrimé. Me dio olor a queso. El hambre me dominaba. Llegué a la puerta, ha-blé y nadie me respondió. Vi un tapanco, volví a hablar y no tuve contestación. En el tapanco esta-ha una china de palma extendida y otra colgada. Yo pensé para entre mí: aquí me quedo a dormir y a ver quien llega. Agarré la china que estaba colgada y me la tapé. Ahí encontré una almoha-da. 

Un poco después de media noche, oí que canta-ban afuera de la casa y pensé: ¿Qué, estaré loco?. Me levanté y miré a unas mujeres con unos hachones de ocote que cantaban alabanzas. Se acercaron dos hombres y uno le dijo al otro: - Yo me subo, bajo a mi compadre y tú lo recibes. Subió la escalera del tapanco. Llevaba un ocote ardiendo y me alumbró. Yo estaba amonado y al verme, se asustó y se cayó de la escalera. Oí que le dijo al otro: - ¡Oye está vivo!. Una viejita que iba con ellos, dijo: - Déjame subir. Subió, me alumbró y dijo: - ¿Cómo te va giierito?, venimos por Evaristo, aquí está debajo de la china. - Ven tú Mariano-, le dijo al que se había quedado abajo, - este güerito es otro, no es por el que venimos. Subieron, quitaron la china que estaba tendida y voy viendo que debajo estaba un hombre tieso. Lo bajaron y tenían una bestia ya lista, ensillada. Lo horquetaron en la silla, le amarraron los pies en los estribos y le pusieron un palo que tenía una horqueta. Lo apuntalaron por detrás de la cabe-za de la silla y la horqueta se la amarraron por debajo de la quijada. No podían llevarlo en pari-huela porque la bajada del cerro era una vereda muy cerrada por el monte. Yo los acompañé en el viaje y me vine platicando con uno de los que vinieron por el muerto. Me con-tó que el difunto era ordeñador. Que ya tenían tres días bajando el ganado porque se venían las aguas y en el cerro había un tigre muy empicado que les estaba acabando las crías. Que el día an-terior, cuando estaban echando el último viaje de reses, al ordeñador le picó un vinagrillo, que be-bió agua y se acostó en el tapanco, mientras ellos seguían juntando las vacas, que ya para salir con el ganado, fueron a verlo y ya lo encontraron muerto. Ellos bajaron ya queriendo oscurecer con rumbo al otro rancho a donde iban a cambiar las reses y a avisar a la familia del finado. Llegaron con el ganado y avisaron a su patrón, quien ordenó que organizaran el viaje con más gente para venir por el difunto y lo llevaran a enterrar allá abajo, que fue cuando llegaron a donde yo estaba con el muerto sin saberlo. Me preguntó que de dónde venía. Yo le di razón y le conté que la noche ante-rior dormí junto al aguaje y me dijo: De la que te escapaste, porque a ese jagüey cae un tigre empicado, el mismo que te dije que esta-ba haciendo daño en la ordeña. Ya una vez se desapareció un mesillero y después una partera con todo y criatura y que se infiere que ese ani-mal se los tragó.

Llegamos con el muerto a una ranchería que no estaba muy retirada. Estaba queriendo amane-cer. Los que traían al finado se dirigieron con un señor de bigotes alazanes y retorcidos, que era el dueño del rancho. Lo bajaron de la bestia, formaron una cruz con ceniza en el suelo, del tamaño del difunto y ahí lo pusieron mientras arreglaban un catre de bctle. Después cuando lo pasaron al catre, en donde estaba figurada la cruz de ceniza, pusieron unas veladoras prendidas. Yo aproveché para comer, porque tenía dos días que no probaba bocado. Ellos lo enterraron y yo seguí mi camino de bajada, con rumbo a la costa.

Advertisement